Encendimos un pequeño fuego, no por que hiciera frío, no para calentar la comida, sino por que, a nuestros 18 años, toda acampada que se preciase debía tener su chasca, como debía tener su dos papeles o la cagada de Oska nada más llegar.
El Chino no era El Chino solo por sus ojos rasgados, lo era además por que su abuelo era de origen chino, de una dinastía de emperadores, una gran mentira esto ultimo aceptada por todos. No se quien de nosotros fue el primero en notar su ausencia, pero el caso es que estaban desiertos tanto su hueco junto al fuego como su función de alimentar las llamas con pequeños palitos.
Cuando le vimos aparecer por entre los árboles de aquel pinar perdido supimos que algo pasaba. El gesto, mezcla de vergüenza, estupor y risa, la piel, otras veces amarillenta, se mostraba blanca como la cal.
-Me cago en la puta- Fueron sus primeras palabras. Y sin darnos tiempo a preguntar que pasaba continuó -Llevamos tres días, tres putos días en este puto campo y no ha pasado ni un maldito coche- Su enfado iba en aumento a medida que continuaba con un relato que aún no entendíamos – Iba rulando, me da el punto y me pongo a hacerme una paja agarrado a un pino y… ¡ZAS! Pasa un jodido coche con una familia entera, abuela incluida, y me ven todos, allí, zumbándomela. ¡Esto es la polla!- En ese momento su enfado se trasformó en una carcajada que nos contagio a todos.
Aún hoy pienso en aquella pobre familia, abuela incluida, que se encontró, en un paraje perdido de la mano de Dios, a un chino agarrado a un árbol haciéndose una paja.
El Chino no era El Chino solo por sus ojos rasgados, lo era además por que su abuelo era de origen chino, de una dinastía de emperadores, una gran mentira esto ultimo aceptada por todos. No se quien de nosotros fue el primero en notar su ausencia, pero el caso es que estaban desiertos tanto su hueco junto al fuego como su función de alimentar las llamas con pequeños palitos.
Cuando le vimos aparecer por entre los árboles de aquel pinar perdido supimos que algo pasaba. El gesto, mezcla de vergüenza, estupor y risa, la piel, otras veces amarillenta, se mostraba blanca como la cal.
-Me cago en la puta- Fueron sus primeras palabras. Y sin darnos tiempo a preguntar que pasaba continuó -Llevamos tres días, tres putos días en este puto campo y no ha pasado ni un maldito coche- Su enfado iba en aumento a medida que continuaba con un relato que aún no entendíamos – Iba rulando, me da el punto y me pongo a hacerme una paja agarrado a un pino y… ¡ZAS! Pasa un jodido coche con una familia entera, abuela incluida, y me ven todos, allí, zumbándomela. ¡Esto es la polla!- En ese momento su enfado se trasformó en una carcajada que nos contagio a todos.
Aún hoy pienso en aquella pobre familia, abuela incluida, que se encontró, en un paraje perdido de la mano de Dios, a un chino agarrado a un árbol haciéndose una paja.
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