lunes, 29 de diciembre de 2008

AMSTERDAM


MIEDO A VOLAR Por Tomás

Yo, en realidad, no tengo miedo a volar. Pero tomo mis precauciones.

No me gusta sentarme, por ejemplo al lado de alguien que lleve alguna prenda de vestir, cualquiera, de color amarillo. Eso no me ocurre cuando voy en autobús o tren, no me fijo en nada de eso. Me siento y punto. En cambio en avión procuro ser el último en subir y así poder observar mi situación. Tampoco me gusta tener delante, justo en la fila delantera y solo en esa, una persona negra en medio de dos blancas. En cualquier lateral no me importa pero en medio, lo evito a toda costa. Por supuesto tampoco me ocurre esto en otro tipo de transporte.

Así que siempre soy de los últimos en subir para calibrar perfectamente mi situación.

Y no es que tenga ese miedo incontenible, inexplicable a viajar en avión. Eso no me ocurre. Si me pudieran asegurar todo ese tipo de condiciones, para mí, insalvables, no me importaría tomar un avión tras otro.

También procuro evitar que mi asiento sea el C, el de la letra C, no me importa ir en primera fila o en cola, en ventana o en pasillo siempre y cuando mi asiento no sea el C. Aunque esto, si ocurre, es más fácil solucionarlo. Solo tengo que soportar la mirada extrañada de la azafata del mostrador, antes de embarcar. Una nadería comparado con las situaciones que se dan cuando ocurre alguna de las otras circunstancias.

Si alguien de color se sienta en la fila de delante de la mía, entre dos blancos, procuro primero cambiarme y si no lo consigo, empiezan los problemas pues procuro que el orden citado varíe, con la consiguiente incredulidad tanto de los afectados como de los espectadores.

Algo similar ocurre cuando a mi lado se sienta un pasajero con alguna prenda amarilla, primero procuro cambiarme de sitio, si no prospera esto, intento que se cambie la o el de amarillo, lo que es más difícil aún. Y ya como última opción, le pediría, le rogaría, que se quitara la prenda y esto es lo más difícil.

Recuerdo que en un vuelo entablé una agradable conversación con una chica (que estaba a mi lado y no llevaba ninguna prenda amarilla). Mi asiento tampoco era el C y delante nuestra no habían ningún pasajero de raza negra. Al llegar al destino me atreví a comentarle a mi nueva amiga mis extrañas manías. Ella se me acercó al oído y me susurró el color de su ropa interior. Cuando me repuse, me invitó a comprobarlo en la habitación de su hotel. Afortunadamente, no era de color amarillo y pudimos hacer el viaje de regreso juntos.
Y es que como os dije no es que tenga miedo a volar. Simplemente tomo mis precauciones.

HIELO


CORTOCIRCUITO

Se despertó desnuda, tendida sobre una cama desconocida. Pese a no haber nada que decorase las paredes, pese a ser paredes blancas estas trasmitían oscuridad y frío, un frío que veía salir como el vaho de las bocas en los días más duros de invierno. El particular olor mezcla de tabaco, colonia barata, sexo y sudor le golpeaba el cerebro. Ningún sonido producido desde la habitación, solo el sonido amortiguado de la calle, por lo que dedujo que estaba sola, como tantas veces, sola en otra habitación de hotel. Las imágenes de la noche se le aparecían a cada instante. Difusas, veladas a través de una gasa. No distinguía ni rostros ni lugares. No obstante intuía lo sucedido, siempre era igual.

Posiblemente todo empezó con otra discusión con Jorge y después…. cortocircuito. A partir de aquí la reconstrucción se la hacia más fácil. Habría vagado por las calles frías y oscuras del Madrid más canalla. Habría entrado en un local negro y compartido copas y cocaína con personajes a los que, en circunstancias normales, temería. Cuando hubiera encontrado al hombre más cercano al animal se habría acercado a él. Sin rodeos, sin perdida de tiempo, le habría cogido del brazo, le habría sacado a la calle, le habría pedido que la llevase a algún lugar.

A Jorge cada vez se la hacía más difícil salir tras ella, transformarse en animal y alquilar aquel cuarto.