martes, 26 de agosto de 2008

Cuando el tiempo no pasa



¿Que hacer cuando el tiempo no pasa? El tiempo, que deberia convertirse en tu aliado se convierte en un carga pesada, por momentos demasiado pesada. Parece que hayan pasado mil dias desde la ultima vez que fuimos, por que ahora no somos. No somos presente, no somos futuro, no somos nada.

Hay que empezar de nuevo, lo se, no sirve de nada continuar con un proyecto truncado. Pero empezar cuesta mucho sabiendo que nos esperan cosas maravillosas.

martes, 19 de agosto de 2008

Mil vidas (Cap II). Vida uno

Habían pasado tan solo dos días de las vacaciones de Semana Santa y tan solo dos días desde que las niñas estaban en casa. Llamaron a la puerta, para ser más exactos, al quicio de la puerta, pues esta siempre estaba abierta. No esperaban a nadie. Casi nunca venia nadie que no tuviera la suficiente confianza como para no entrar hasta la Abuela, así que solo se podía ser Cecilio, el telero. En tiempos duros la única forma de ir renovando la ropa gastada y los gastados zapatos era recurrir al telero e ir pagado como y cuando se podia. Para Cecilio la única forma de ir vendiendo algo era cobrando como y cuando se podia, a base de pasarse los días recorriendo el barrio puerta por puerta. “Vuelva mañana”. Es la frase más escuchada. Se trata de una simbiosis perfecta, la confianza del telero que sabe que cobrará mañana y la honestidad del comprador que siempre hace un esfuerzo para que Cecilio cobre mañana hacen de esta forma de comercio el más extendido en un Madrid plagado de barrios levantados del barro.


- Dile al Sesilio que vuelva mañana.- Voceo desde dentro la Abuela sin un destino concreto. La que estuviera más cerca de la puerta seria la encargada ponerle cara a la frase que ya debía de haber oído Cecilio.
- Dile a tu madre que si quiere que su hermano vuelva mañana.- La frase pasó a través de la niña, recorrió el pequeño salón y llegó hasta la Abuela. Desde el momento en el que las palabras llegaron a su cabeza empezaron a mezclarse imágenes, recuerdos y sentimientos que hicieron que perdiese toda relación con el mundo. Una blancura perfecta, sin matices, se apoderó de sus ojos y de forma inmediata sus piernas, sus brazos, su cuerpo se vieron despojados de toda fuerza y de toda percepción exterior, no sintió su cuerpo cuando cayó al suelo.

La blancura fue dando paso, poco a poco, a todos los tonos, a todas las formas y a todos los volúmenes soñados miles de veces a lo largo de más veinte años hasta que formaron la cara mil veces soñada de Agustín, su hermano. De igual modo, poco a poco, fueron llegando la voz y el olor. Una voz que repetía con un tono mezcla de ternura y preocupación.- hermanilla ¿estás bien? La voz no era tal y como la recordaba, no era tal y como la soñaba. Algo había cambiado. Era la voz del hombre que no había conocido. El olor empalagoso hecho a base de sudor, colonia barata y aceituna no había cambiado. El tacto áspero de las manos acariciándole la cara y el sabor salado de sus propias lagrimas confirmaron que no se trataba de otro sueño. En ninguno de sus sueños había sentido a su hermano por los cinco sentidos, siempre faltaba alguno para completarlo. Unas veces era la voz la que no le llegaba pese a ver de su boca salir las palabras. Otras veces perseguía una voz sin cuerpo. Nunca, hasta ese día, había tenido a su hermano completo.

Durante unos pocos segundos y con un solo gesto, el rostro de la Abuela mostró todos de los sentimientos, todos los reproches y todas las preguntas acumuladas a lo largo del tiempo. Así lo entendió Agustín. Habían pasado más de veinte años y aún podía esperar un tiempo para abrazarla, antes necesitaba hablar. Las palabras habían estado demasiado tiempo retenidas, habían sido demasiado rumiadas y ahora pedían salir.
- Tuve que marcharme, si no alguno de los dos hubiera muerto antes de hora. No podía pasar un minuto más viéndonos morir de hambre y sin poder hacer nada. Y todo por que era demasiado orgulloso para comer garbanzos rebuscaos, ¡si se los comían hasta las gallinas, coño! Pero no, nosotros teníamos que morir de hambre. Que los ideales, que yo sepa, no se comen.
“Tal vez no lo recuerdes pero a punto estuvimos de dar con nuestros huesos debajo del puente del río Zucueca. Apareció el de la casa. El dueño. – Rebuscó unos segundos en el trastero donde se guardan los recuerdos - Bueno, ¿Qué más da? no me acuerdo como se llamaba aquel hombre. Pues eso, que vino el dueño a cobrar el alquiler y el hombre, con toda su buena intención, no se le ocurrió otra cosa que decir: ‘A las buenas de Dios’. Tu padre se levantó de la mesa y dando un golpe en la mesa que todavía debe de retumbar en la paredes de la casa, si es que sigue en píe aquella casa, se encaró con el dueño y le hizo volver a entrar dando las buenas noches sin mencionar a ese señor que, como él decía, nada había hecho y nada haría por nosotros. ‘Que en esta casa somos republicanos y ateos’ le repetía una y otra vez al pobre hombre que trincó el dinero y salió como alma que lleva el diablo. El día siguiente lo pasé esperando a que la Guardia Civil, acompañando al dueño, viniese a echarnos a la puta calle. No se por que aquel hombre se tragó aquella humillación y nos permitió seguir allí. Sería un buen hombre.
“¿Qué te voy a decir de tu padre que no sepas? . Nos quería mucho, o eso quiero pensar. Pero a mí me hervía la sangre de impotencia. Ese orgullo, esa disciplina, ese ¿qué dirá la gente? eran superior a mis fuerzas. No había manera de hacerle entrar en razón. Era un cabezón.- Bendita sea la rama que al tronco sale. Pensó su hermana mientras a través de los ojos de él volvía a ver los ojos de su padre.
“El día que marché venía con una cabra de la hubiéramos podido comer carne durante algún tiempo. ¿Te imaginas haber podido comer carne varios días seguidos en aquella época? - Miraba a su hermana pero estas palabras no iban dirigidas solo a ella. Eran, sobre todo, palabras dirigidas a su padre.- Pues, por sus santos cojones la tuve que devolver al monte donde la había encontrado, después, claro esta, de llevarme una paliza que tardé mucho en olvidar. Aún hoy hay veces que me duele, no los golpes que ese dolor se pasa. Me duele el no haber tenido cojones, no haber sido lo suficientemente hombre para haberle plantado cara. Me duele habeos dejado allí con él sabiendo que las ibais a pasar putas con el mísero jornal que ganaba en la mina y sabiendo que tarde o temprano la mina lo iba a matar. ¿Qué iba a ser de vosotras? ¿Qué ha sido de vosotras? Por eso me fui. Tuve que hacerlo.- se excusaba ante su hermana y, sobre todo, se excusaba ante sí mismo.- Bueno, en esta casa ¿no se come? – Por su parte, de momento, ya estaban dadas las suficientes explicaciones. A partir de hoy iban a tener el resto del futuro para hablar del pasado.

Para la Abuela en aquellas palabras no había nada nuevo. No le interesaba escuchar, porque ya lo sabía, por que se había marchado. Ahora quería saber que había sido de Agustín durante estos años. Todas las noches se había preguntado ¿qué habrá comido hoy? ¿habrá comido hoy? ¿dónde dormirá hoy? ¿con quien? cientos de preguntas. Por fin tenía al alcance de la mano todas las respuestas.

-Hay que esperar a Paco. No creo que tarde- Fueron sus primeras palabras tras el reencuentro. Palabras que no habían salido de su cerebro. Que este aún estaba lejos, muy lejos, de la realidad que le presentaban sus sentidos. Aún tardó un tiempo en conocer la verdadera dimensión de lo que minutos antes había sucedido. Fue entonces cuando se abrazó a Agustín. Así permanecieron algunos minutos, mientras las niñas contemplaban la escena sin llegar a entender lo que estaba sucediendo. Habían oído hablar del Tío Agustín, por supuesto. Hasta hoy el Tío Agustín era el primer boceto de un cuadro, hecho con trazos imperfectos, de líneas rotas y sin una clara intención de colores , elaborado a base de pequeñas historias, vagos recuerdos y múltiples ilusiones. Hoy comenzaba para las niñas la tarea de pintar el cuadro. Cada una de ellas, partiendo del mismo boceto, podría pintar su propio retrato del Tío Agustín.

Una vez hubieron comido y sentados a la frescura de la enredadera del patio Agustín siguió contando su vida a la Abuela mientras las niñas, tumbadas en un camastro hecho con mantas, dormitaban.

- Salí de Bailén sin un destino fijo. Durante algunos días estuve buscando trabajo por los cortijos de por allí cerca, pero nada, no había. Me costó un montón decidirme pero al final me metí en un tren con un grupo de jornaleros que iban para Valencia. Allí trabajábamos como mulas por cuatro perras que luego gastábamos en putas y vino. Nos recorríamos todo el Levante y Cataluña siguiendo las cosechas. Aquí naranjas, allí cebollas, más allá patatas… así durante unos años. Años que pasaron sin pena ni gloria y de los que solo me quedaron un par de buenos amigos y poco más.

- ¿Y ese tembleque que tienes en la mano?- Interrumpió la Abuela tras descubrirlo haciendo un nuevo repaso visual de todo su hermano.

-Nada hermanilla, un mal recuerdo de una mala historia. No tiene ninguna importancia- trato de explicarse.
-No me lo estas contando todo ¿verdad?. Veinte años no se pueden resumir en cuatro naranjas aquí cuatro patatas alli. No llevo tanto tiempo esperando para que ahora me vengas con milongas.- Las cejas de la abuela se arquearon mostrando el enfado al que tenia derecho después de tantas y tantas preguntas sin respuesta.
-No, lo siento. Hay cosas que es mejor que no sepas. No he me he echo miles de kilometros para ahora contarte penas y miserias.
-No te estoy diciendo que me cuentes penas y miserias. Que penas y miserias ya tenemos aquí para echarle a los marranos. Quiero que me cuentes que has hecho durante estos años. Ya me supongo que no habra sido un camino de rosas. Aquí también hemos tenido nuestros momentos regulares, nuestros momentos malos y nuestros momentos espantosos.