domingo, 12 de octubre de 2008

PNJ Capitulo IV

La mañana entró por entre, lo que se supone era las cortinas, jirones de tela de una época en la que los colores poco o nada importaban. Con un aparente desorden cada uno de los que allí estaba empezó lo que parecía una danza de cuerpos sin alma (gracias Sabina) y que culminó a los pocos minutos con el resultado, inesperado, de una casa recogida y ordenada, como si por allí no hubiera pasado nunca nadie. Todas las mañanas era lo mismo y como todas las mañanas no dejaba de sorprenderme.

Cuando quise echar una mano todo había terminado y me vi arrastrada hacia el gran patio, antes con vista a la mar. El sol cegó mis ojos y caldeo mi cuerpo aún entumido por el frío de la noche, el duro jergón que hacia las veces de cama y demasiado vino y porros. Un desayuno a base de café, pan y fruta terminó de hacerme recordar, como todas las mañanas, donde estaba: en PNJ.

Aún estaban allí los nuevos NP, la nueva NP. Y él charlaba afablemente con uno y otro y les contaba su odio al progreso y los convencía, lo note en sus ojos vacíos de cualquier conexión con otro mundo que no fuera el que él les estaba contando, y llegó a la parte en la que realmente se enfada con el progreso, la humanidad y hasta con él mismo, y llegó a la parte en la que su hermano, ese pirata del ladrillo, una vez le abandonó, y enmudeció. Ahora ya lo sabían. Su lucha no era solo contra el progreso, su lucha era además contra un hermano. Un hermano ávido de dinero, capaz de vender su propia alma y capaz de machacar las vidas y las esperanzas de todos sus vecinos.

-Nada le importa. Solo hay un santo en su peana- Me solía decir asomando a sus ojos un brillo mezcla de odio y lagrimas.

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